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Consumo colaborativo: los supercúmulos del conocimiento

por José Alcaraz, el 29 de mayo de 2018

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Si pensamos que las ideas son estrellas en el universo, podríamos ver las constelaciones como uniones creativas, una interconexión “lógica” que de algún modo tiene sentido para una persona que las ve desde su casa.

Las estrellas son de muchas formas y características: hay algunas fugaces; otras que duran mucho tiempo; varias, a punto de explotar, y otras que ya explotaron y dieron paso al nacimiento de más estrellas.

Eso mismo pasa con las ideas. Si las personas de un grupo empiezan a compartirlas, se van formando saberes, que podrían ser galaxias enteras. Cuando se ven a gran escala, representan redes de conocimiento con cualidades y beneficios sorprendentes.

Por eso, el conocimiento tiene un papel fundamental en la historia humana. Y es justamente el que ha permitido que hoy seamos una especie que transforma el entorno a su antojo, que crea ficciones para tratar de dar sentido a las incógnitas sobre el mundo y para superar incluso nuestras propias limitaciones.

Lidiar con lo desconocido fue inevitable en la formación de las primeras civilizaciones, y naturalmente los increíbles mitos se compartieron como historias que crearon pensamientos comunes.

Sin embargo, en el instante en que las ideas empezaron a ser compartidas, comenzaron a ser cuestionadas, a encontrar oposiciones.

Igualmente, cambios culturales, avances tecnológicos, guerras, acuerdos, modos de vivir y nuevas filosofías han aparecido por esos choques de ideas, pero con la ventaja de que ya explican un poco mejor lo desconocido. 

¿Pero qué pasa si nos referimos al conocimiento solo como un objeto? Es claro que el conocimiento representa una fuente intangible muy valiosa para crear y sostener ventajas competitivas de las empresas, mucho más en aquellas cuyos productos y servicios dependen de la tecnología.

Básicamente, el ejercicio de compartir saberes comienza como un flujo que involucra conceptos más amplios de cultura, confianza e incentivos.

El equilibrio entre dichos aspectos es la clave para lograr la formación de cúmulos de ideas y saberes en forma de conocimiento explícito, que beneficia tanto a los habitantes de la galaxia propia como a los de las galaxias vecinas.

Allí es cuando la distribución de saberes comienza a tener un sentido relevante dentro de cualquier estructura social. Cuando alguien es capaz de compartir información que engancha nuevas perspectivas de otras personas, se crean choques de ideas que favorecen el crecimiento de las soluciones, siempre que haya un foco común.

Las empresas son las primeras beneficiadas del conocimiento compartido, y aquellas que logran entender el flujo son capaces de crear diferencias notorias dentro de los mercados específicos.

Así, las necesidades del entorno comienzan de repente a ser abarcadas de maneras más completas e innovadoras, y los equipos multidisciplinarios aportan sus particularidades y unifican sus diferencias con el fin de alcanzar unos objetivos conjuntos. Por eso es más importante valorar a los individuos y su interacción, más que a los procesos y las herramientas.

Internet, a través de las TIC, ha cambiado significativamente los paradigmas de la distribución de conocimiento. Si dibujáramos un diagrama de cómo interactúan los saberes compartidos de en un equipo de desarrolladores de software, podríamos ilustrar una especie de red de filamentos que interconecta no solo habilidades técnicas, sino también personales.

Esto ocurre gracias a la retroalimentación de información en tiempo real por medio de repositorios comunes, flujos de desarrollo o por discusiones en foros de conversación.

La red de saberes se refleja en equipos de trabajo particulares, pero gracias a Internet ya es consecuencia directa de un entorno mayor de distribución de conocimiento, el universo entero.

De todos modos, aún existen muchos temores en las personas, los cuales les impiden formar parte de ese intercambio de saberes: “¿Mis ideas serán valiosas para alguien?, ¿y qué gano yo?, ¿será que me hacen bullying si me equivoco?, ¿y mi reputación?, ¿y si mejor me dedico a los juegos de azar?”

Hay ideas que siempre nos harán dudar de si debemos compartirlas o no, pero el valor de ese intercambio solo lo veremos cuando estas lleguen a los oídos de las personas que tienen la habilidad de hacer cosas con ellas.

Esta es una filosofía de distribución de saberes que conduce a un proceso de transformación del conocimiento individual.

Si las ideas comienzan a ser comunes y no barreras que nos impiden comunicarnos, si entendemos ese proceso como un flujo, si además aplicamos técnicas como gamification, podemos llegar a crear un supercúmulo de conocimiento para resolver problemas específicos.

La gran ganancia de todo esto es que las personas podrían ser recompensadas más por lo que comparten que por lo que saben.

Personalmente, sostengo que así como la cosmología física afirma la idea de los supercúmulos galácticos, asimilar múltiples perspectivas es la mejor forma de aprender a ser creativo y que las ideas individuales crecen cuando se hace el ejercicio de exponerlas ante otras personas.

Dentro del ejercicio, antes de compartir cualquier idea, el dueño de los planteamientos iniciales debe ponerse en la tarea de pensar qué podría opinar alguien que escuche sus hipótesis y que tenga ideas distintas.

De esa manera se expande su punto de vista particular y temporal, haciendo que empiece a interconectar estrellas que antes no había visualizado por su cuenta. Ahora imagina lo que podría llegar a pasar después de que las comparta.

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